Prácticamente no lo conocía. Lo entrevisté, sí. Era gracioso, a pesar que se lo notaba cansado. ¿Y cómo no iba a estar cansado, si se quedaba en los partidos hasta el final? Pero hasta el final, eh. Para dar notas, para sacarse fotos, para firmar camisetas. Era el último en irse, posta.
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Se me nubla la memoria y no recuerdo ni una sola de todas las preguntas que le hice. Sí me acuerdo de una oportunidad en la que, bromeando, le pedí la gorra para sortear: “Todo menos la gorra”, me dijo con esa sonrisa que difícilmente pasaba desapercibida.
La verdad que nunca me senté con él a hablar cosas un poco más profundas, café o birra de por medio. No se dio. Lo vi tantas veces haciendo lo que mejor sabía, escribí tantas cosas sobre él. “En caso de emergencia, désela al Morro”, titulé una vez.
“Santiago García es, sin dudas, la bandera de Godoy Cruz. En las buenas y en las malas mucho más, como dicen los hinchas”, sentencié en aquella nota, la de los 100 partidos con la camiseta del Tomba: esa tarde, el Morro apareció con un gol y una asistencia.
«‘Al Morro, dásela al Morro’” gritan los 90’ desde cualquier parte de la tribuna, no importa en dónde esté la pelota. El atacante siempre será ídolo, no importa que esté fuera de estado o que pase un campeonato entero sin meter goles. Es ídolo por partidos como este”, leo ahora en aquella publicación que yo misma escribí.
Y me pregunto… ¿Quién era el Morro? Porque los superhéroes siempre tienen otra identidad: Batman es Bruce Wayne, Superman es Clark Kent, Spiderman es Peter Parker. Santiago era héroe de esta nueva generación de hinchas de Godoy Cruz, muchos de ellos lo llevarán para siempre tatuado en la piel.
Y repito… ¿Quién era el Morro? El silencio es un nudo en mi pecho. No era nadie en mi vida, ni yo era nada en la suya. ¡Ni siquiera soy hincha del Tomba!
Y entonces… ¿Por qué lloré desconsoladamente cuando me enteré de su muerte, mientras intentaba escribir la nota que nadie iba a querer leer? ¿Por qué sigo llorando cada vez que alguien lo recuerda o se realiza un homenaje en su nombre? ¿Por qué no puedo dejar de llorar en este mismo momento?
Ay, Morro. Cuántas ganas de decirte tantas cosas, ojalá hubiera podido hacerlo, quizás me sentiría menos culpable. Porque yo también siento que te dejé sólo.
Porque estabas tan cerca y no eras inalcanzable, eras tan de carne y hueso, tan humano. Siento que debería haberte abrazado, que debería haberte dicho GRACIAS por todo lo que le diste al fútbol, a Godoy Cruz, a Mendoza. A mí.
Creí que el Morro no era nadie para mí. Sin embargo, él también fue mi ídolo: disfruté sus goles, coreé su nombre, critiqué su ausencia, festejé cada vez que volvió y le tapó la boca a todos. Sus éxitos fueron los míos, los de todos los que amamos este deporte que él supo engrandecer.
Perdón, Santiago. Sé que llorar no sirve de nada, sé que no me vas a leer y que ese abrazo tendrá que esperar. Perdón porque el ídolo no me dejó verte a vos, al héroe sin máscara. Al que sufrió hasta el final sin que nadie lo notara.
Perdón, Santiago. Ojalá pudiera hacer algo más, ojalá no doliera tanto. Ojalá nunca te olvidemos; para nosotros… PARA MÍ… no fuiste uno más.
Por: Laura López / Futbolíricas.
Fotos: Diario UNO.
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